Un Camino para todas las personas y abierto al mundo

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-Estamos a las puertas de celebrar el 30 aniversario desde que la Unesco declarara el Camino de Santiago Patrimonio de la Humanidad.

-La declaración supuso el reconocimiento a los valores que el Camino a aportado a la humanidad a lo largo de sus más de mil años de existencia.

-Con su reconocimiento, la Unesco brindo al Camino la mejor plataforma posible para su promoción y comprometió a administraciones, instituciones y personas a su conservación.

Nadie discute la importancia que ha tenido el año Santo de 1993 en la historia reciente de la ruta compostelana. Un año que tiene un sitio muy especial en la memoria de todos los y las amantes del Camino porque fue el Jacobeo con la promoción más intensa de todos los tiempos y es también el Jacobeo de Pelegrín, la eterna mascota que diseñó Luis Carballo (el mismo que popularizó aquello de ‘la arruga es bella’) para la promoción del Camino. Pero aquel 1993 guardaba lo mejor para el final. Terminaba ya el año -era el 10 de diciembre- cuando la Unesco, en un encuentro programado en Cartagena de Indias, declaró el Camino de Santiago como Patrimonio de la Humanidad. Esta declaración suponía un hito increíble por varias razones. Dos evidentes: reconocimiento la importancia histórica del Camino -su riqueza arquitectónica, filosófica y espiritual- y, además, garantizaba el compromiso de administraciones, instituciones y particulares para su conservación.

Pero, más allá de estos efectos, el reconocimiento es importante porque supuso un cambio de paradigma en la manera de entender el Patrimonio de la Humanidad: hasta ese momento esta designación estaba limitada a conjuntos naturales, arquitectónicos o históricos concretos. Un aquí y un ahora. Así que el Camino se convirtió en el primer recorrido humano, un itinerario repartido en el espacio y elaborado, crecido, macerado, también en el tiempo, que entraba en este catálogo.

Para lograr este hito hizo falta la coordinación y el esfuerzo conjunto de numerosas personas, organizaciones e instituciones. La iniciativa para que un bien cualquiera sea declarado Patrimonio de la Humanidad puede ser de origen muy variado. Un particular, una asociación, organizaciones… pueden poner en marcha la maquinaria pero, inevitablemente, para obtener su final feliz, debe ser un estado el que respalde la solicitud ante la Unesco y ésta la que dicte su veredicto ateniéndose a criterios pre establecidos (seis en el caso de los bienes de origen histórico, artístico, realizados por los hombres y mujeres.

En este caso fueron las asociaciones de Amigos del Camino que empezaban a proliferar en los años ochenta del pasado siglo, las que dieron el primer impulso. El Estado español el que la hizo suya, y la Unesco la que aprobó esta incorporación asumiendo en su breve declaración (es la incorporación número 669 en la lista) que el Camino cumplía tres de los seis criterios posibles: los criterios segundo, cuarto y sexto. Es decir, el Camino debía ser Patrimonio de la Humanidad “por el papel crucial que jugó en el intercambio cultural y comercial entre la Península Ibérica y el resto de Europa” (criterio II), porque en el Camino “se ha conservado el registro material más completo de todas las rutas de peregrinaje cristianas -y aquí se refiere sobre todo al patrimonio arquitectónico de la ruta jacobea- (criterio IV) y ,finalmente, porque el Camino de Santiago es “en su opinión un testimonio destacado del poder y la influencia de la fe en las personas desde la Edad Media” (Criterio VI).

El hecho en sí encierra más trascendencia de la que aparenta. ya que esta declaración abría la puerta a una manera novedosa de entender esta herencia histórica denominada ‘patrimonio’ a la que todos los seres humanos tenemos derecho: ya no se trataba tanto de conservar las ruinas de pasados esplendorosos o los monumentos y obras de arte que han sobrevivido al paso del tiempo. Ahora se trataba de entender lo que ha supuesto el paso del hombre por el planeta tierra. De entender cómo ha sido su relación con el medio natural, con sus semejantes e incluso con sus dioses, mitos y creencias.

Con esto la Unesco estaba diciendo, además, que no sólo importa la piedra, sino también la mano que la esculpió. Que importan los ojos que la miran. Que es importante entender por qué el Camino ha transformado la vida de millones de personas a lo largo de sus mil años de historia. Que hay que fijase en lo que ‘hace Camino’. En los valores que transmite: la solidaridad, al empatía, la tolerancia, el amor a la diversidad, compartir conocimientos, ideas y opiniones, sumar y no restar, resiliencia, cooperar mejor que competir… Y que todo esto son los valores que había que proteger con la misma intensidad con la que se protegen los edificios, las calzadas, los parajes que jalonan el Camino. Los bienes que administraciones, instituciones, organizaciones y personas deben cuidar siguiendo el espíritu de la declaración sobre la protección del Patrimonio Mundial, cultural y natural aprobada por la ONU en París, en el otoño de 1972 y que es el punto de partida para el trabajo de preservación que realiza la Unesco.

En un principio la Unesco limitó su reconocimiento al tramo comprendido entre los Pirineos y la capital del apóstol pero el mensaje estaba ya lanzado y era imparable. En sucesivas ampliaciones -1998 y 2015 fundamentalmente- la declaración alcanzó a todos los ramales del Camino y el reconocimiento supuso un nuevo revulsivo para la historia de la ruta jacobea. De hecho, a día de hoy sigue siendo el cartel más eficaz para vender el Camino. Un reclamo que se traduce en resultados económicos contantes y sonantes. Basten señalar los datos ofrecidos en su día por la directora de Turismo de Galicia, Nava Castro, en el Encuentro Iberoamericano sobre desarrollo sostenible y turismo, celebrado en Colombia en el año 2015: si en 1987, cuando recibió la designación de Primer Itinerario Cultural Europeo por el Consejo de Europa, fueron 2095 las personas que llegaron caminando a Compostela, en 2008, apenas 15 años después de la declaración de la Unesco, lo hicieron 125.000 peregrinos y peregrinas.

Pero sobre todo, este auge ha logrado que el Camino vuelva a ser la vía por la que las personas -ahora ya de todo el mundo y no solo de Europa- transitan compartiendo ideas, tecnología, sentimientos siempre a la vanguardia de la sociedad. Compartiendo valores que poco a poco son codiciados por todos: convivencia, diversidad, sostenibilidad, habitabilidad son filosofías que están germinando en la ruta jacobea. Un Camino físico y una ruta vital que que la Unesco recuperó para todas las personas y que está abierto a todo el mundo.

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