Cuando lo necesario es lo necesario

¿Qué es lo que me sobra y qué es lo que realmente necesito?

Responder a esta pregunta nos ayudará a avanzar en nuestro camino de una manera más eficaz y  consciente.

Sobrecargar nuestra mochila mental, en su sentido metafórico,  obstaculiza  la toma de decisiones. Este proceso para poder reducir nuestros ‘porsiaca’ por medio de los cuales intentamos respaldar nuestras acciones evitando el llamada fracaso.

A pesar de que la frase “el Camino de Santiago de Compostela, o simplemente el Camino -como lo conocemos habitualmente las personas peregrinas- es una verdadera escuela de vida” está muy extendida encierra una gran verdad.

Una vez que la búsqueda de la experiencia en el Camino de Santiago se convierte en realidad, nos abrimos a la sorpresa, algo que requiere de una escucha para pasar a la acción. Esto nos permitirá clarificar y orientarnos a nuestros propósitos.

Nuestra propuesta es acompañarte a leer e integrar las experiencias y enseñanzas que vivas durante el Camino.

Lecciones en el Camino

Una primera lección anunciada desde el comienzo del Camino Francés: “peregrino, peregrina, deja lo que te sobra, coge lo que necesitas

Un breve eslogan que puede convertirse en una valiosa enseñanza. Las personas con el paso del tiempo y las experiencias que vivimos vamos llenando nuestra mochila de “porsiacas” y otras limitaciones que nos obstaculizan el camino hacia nuestro objetivo.

A menudo es la incertidumbre, el miedo y la falta de seguridad la que nos aconseja llevar a nuestro viaje un cargamento sorprendente de artilugios y gadgets pensados para iluminar, guiar, sostener, ayudar, peinar, abrigar, enfriar, planchar, hidratar… a la persona que desea iniciar este viaje . En otras ocasiones es precisamente lo contrario; un exceso de confianza, de conocimientos adquiridos sobre la vida salvaje y la supervivencia en territorio hostil, lo que nos llena la mochila con dos o tres baterías externas para el móvil; todo tipo de pantalones con cremalleras; camisetas térmicas transpirables de doble uso, pastillas para depurar agua, encender hogueras, recuperar glucosa, dormir, espabilarse; y si me apuras un chaleco salvavidas por si lo del efecto invernadero se acelera en los treinta y tantos días en los que vamos a estar en el Camino, y el agua del deshielo de los polos llega a Palencia. No queremos que nada pueda sorprendernos en el Camino. Somos más que personas cautas y precavidas.

Y lo cierto es que ya puestos sobre la ruta jacobea, esta mesa llena de objetos preciados –y que nos encontramos en la segunda etapa, no hay que olvidarlo- nos dice algo evidente: que todas esas cosas que cargamos cuando planeamos nuestro Camino porque nos parecía un artilugio imprescindible, una idea estupenda para hacer frente a los peligros del viaje, son en realidad una pesada carga y un perfecto estorbo que nos impiden conseguir nuestra meta de una manera eficaz o con un coste aceptable.

Si lo pensamos con detenimiento, a la hora de tomar decisiones para nuestra empresa, nuestra familia, o nuestra vida, cuando nos enfrentamos a una situación de incertidumbre o directamente de miedo, nuestra respuesta suele ser cargar nuestra mochila mental con todos los ‘porsiacas’ imaginables a modo de vacuna contra el posible fracaso.

Y si está muy bien tomar precauciones, estudiar la situación a la que nos enfrentamos, recabar información y articular planes que nos permitan prever posibles contingencias también es cierto que en muchas ocasiones, lejos de lograr la operatividad y eficacia que perseguimos, nos cargamos con pesos que no debemos llevar. Ponemos sobre la mesa factores que, por muy ligados que estén con el problema que tratamos de abordar, no pertenecen al nudo gordiano y, por consiguiente, no deberían ser tenidos en cuenta a la hora de formalizar la decisión. De hecho, es precisamente el tenerlos presentes lo que nos acaba convirtiendo en personas lentas y sobrecargadas; lo que nos quita frescura y agilidad; los que convierten nuestras decisiones en torpes o, en el mejor de los casos, predecibles.

Con cada lección una reflexión

Llegados a este punto es evidente que lo difícil es saber qué es lo que nos impide avanzar al ritmo deseado. ¿Qué es lo que me estorba? Responder a esta pregunta puede ser bastante complicado sobre todo si estamos ante un escenario nuevo en el que no controlamos todas las variables ni cómo influyen en los procesos. Ante un escenario nuevo, como es el de ponernos en marcha en el Camino de Santiago de Compostela, es normal que nos asalten temores, surjan multitud de incógnitas, hagamos miles de conjeturas y recabemos toda la información posible con el fin de tener una experiencia grata y feliz. Es perfectamente humano.

Pero más allá de las especulaciones, de la información más o menos interesada que podamos recabar sobre lo que es el Camino, será nuestro día a día, nuestra propia experiencia y aprendizaje, el verdadero termómetro que nos permitirá hacer una evaluación continua de la realidad y valorar qué es lo que de verdad necesito para lograr mi meta y qué es lo que me sobra. Así que no es de extrañar que a lo largo del Camino y hasta llegar a Santiago, nos encontremos con puntos en los que las personas peregrinas dejan lo que entienden que ya no es necesario para alcanzar la meta perseguida.

Y ahora…

Si una vez terminado nuestro Camino, hemos asimilado esta lección, ya habremos dado un gran paso. De momento empieza por un pequeño pasito. La pregunta que te lanzamos es:  ¿qué es lo estrictamente necesario para conseguir lo que me propongo? Piénsalo y entonces decide.

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