El kilómetro cero, o cuando descubres que nunca terminarás de completarte.
- Cuando el peregrino o peregrina abandona Fisterra y desanda los pasos por donde ha llegado, puede percibir que ya comienza su siguiente Camino.
- Una de las lecciones más valiosas que aprendemos en el Camino de Santiago es que, si lo queremos, tenemos posibilidades de crecimiento infinito.
- El Camino de Santiago puede ayudarnos a abandonar un círculo vicioso en el que vivimos la infelicidad para descubrir un círculo virtuoso en el que seamos capaces de encontrar la felicidad.
El estado de ánimo del caminante oscila entre el orgullo por lo conseguido y la pena por el final de la experiencia; la satisfacción por la meta lograda y la tristeza por esa aventura que tanto llena, pero que llega a su fin. Y en este debate el peregrino o la peregrina demorará todo lo posible su marcha. Apurará cada bocanada de aire, cada nube, cada rayo de sol antes de resignarse a abandonar aquel lugar que al cargarlo con esas sensaciones, ya ha hecho mágico.
La explicación psicológica de este fenómeno es bastante sencilla de entender. Y es que caminar es una de las mejores terapias que nos podemos recetar si lo que buscamos es algo tan difícil y esquivo como la felicidad. Nieves Casanova veterana peregrina, “instructora de Mindfulness, caminante consciente y sexóloga” (tal y como se presenta ella misma) lo explica de manera magistral en un artículo titulado ¿Por qué engancha el Camino de Santiago? Respuesta desde un punto de vista neurológico y cuya conclusión no puede ser más sencilla. Dice Nieves Casanova: “La sensación placentera que experimentamos al llevar a cabo conductas como caminar es regulada por el sistema de la motivación-recompensa. El sentir placer al llevar a cabo una de estas y otras conductas nos motiva a repetirlas. Así de simple y complejo a la vez”. Nos hemos hecho adictos a caminar -porque nos da placer- y podemos añadir que nos hacemos adictos a hacerlo en el Camino seguramente porque es ahí donde hemos aprendido a disfrutar de esta práctica.
No sólo eso. Resulta que durante algo más de un mes, el peregrino o peregrina ha caminado alejado de su entorno, fuera de su zona de confort; despojado incluso de los arquetipos y de las construcciones conductuales adquiridas para ‘caer bien’, ‘ligar’, ‘triunfar’ en la profesión, en las relaciones sociales o en la familia. Ha estado lejos de todo eso y durante más de treinta días se ha zambullido en un mundo que no controla, con personas que no ha elegido como compañeros de viaje, con enormes silencios alrededor… Y seguramente ha sido ahí donde ha comenzado a ‘encontrarse’. Ha comenzado a escucharse, ha comenzado a entenderse y -ojalá si es el caso- ha podido trazar la linea roja que le separa de todo aquello que lastra su vida y le llena de infelicidad.
Lo que ha ocurrido es que en ese mes ha podido romper un círculo vicioso y saltar a otro virtuoso. Y es que, tal y como se desprende de la definición de estos términos, nuestras vidas no dejan de ser “cadenas complejas de eventos que se refuerzan a sí mismas a través de un circuito de retroalimentación”.
Eventos que, muy a menudo, escapan a nuestro control: ‘lo que nos pasa’ puede ser algo totalmente ajeno a nuestros deseos, a nuestras necesidades e incluso a nuestras acciones. Por mucho que nos guste depurar responsabilidades y buscar chivos expiatorios a los que cargar con la culpa, en muchas ocasiones las cosas simplemente pasan. Y si bien es cierto que no podemos evitar que sucedan, en buena medida sí que decidimos cómo o cuánto nos afectan: la autocomplacencia en el sufrimiento, la inacción, la frustración, nos arrastran a un círculo vicioso emocional que se traduce en malas decisiones, malas sensaciones, malas emociones, una vida mala que no nos satisface, en definitiva una vida infeliz. Por el contrario, sabernos capaces de lograr lo que nos proponemos, descubrir nuestra capacidad ya no sólo de aguante sino de resiliencia, ver que podemos ser los dueños de nuestro tiempo y de nuestros pasos, dirigirnos y sentirnos tal y como somos, nos permite entrar en un círculo virtuoso que, trasladado a nuestro día a día, nos ayudará a tomar buenas decisiones, nos hará sentirnos bien, gestionar nuestras emociones, disfrutar de nuestros sentimientos, llevar una vida buena, satisfactoria, una vida en la que nos sintamos felices.
Esta es la mochila que lleva el peregrino o la peregrina cuando contempla el atardecer de Fisterra. Y es entonces, flotando en esa nube de emociones, cuando todavía se esfuerza por agarrar y retener las vivencias de los últimos días, cuando la fatalidad inmisericorde se presenta para decirle que ya basta, que hay que regresar.
Y es entonces (si ha estado atento a aquello de que ‘no somos lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa) cuando comience a deshacer los últimos pasos, los que le han llevado a ese kilómetro cero, cuando el Camino le permitirá entender una última lección (quizás la primera lección, a lo mejor la única lección realmente importante): esos pasos, los mismos pasos que le alejan de allí, del millario con el kilómetro cero, de esa puesta de sol y del intenso mes que ha vivido, son los primeros pasos de su nuevo Camino. Si presta atención, la peregrina o peregrino será consciente de que del kilómetro cero pasa al kilómetro uno y del uno al dos y del dos… al 790 siempre y cuando sea lo que quiera es seguir haciendo camino.
Probablemente el que jalonó con hitos de la ruta jacobea ni tan siquiera imaginó este efecto casi poético que sólo se puede explicar por el cúmulo de sensaciones, emociones y la intensidad de las experiencias con que se vive el Camino de Santiago. Y es que en poco más de 30 días (con una salida estándar en Roncesvalles o San Jean de Pie de Port y a una marcha ‘normal’ ni lenta ni atlética) el peregrino o peregrina se habrá empapado de Camino desde su propio punto de partida emocional; desde su cosmovisión, sus ideas y creencias. Desde su predisposición, estado de ánimo o sensibilidad (distintas para cada persona, como distintas son las circunstancias que moldean una vida). Pero lo cierto es que en poco más de un mes el peregrino habrá crecido como persona y lo que entonces era su realidad, su punto de partida, ya no será el misma, habrá cambiado. Y será con estos nuevos ojos, con los que descubra en el millario del kilómetro cero la ultima -o quizás la primera, o quizás la única- lección del Camino: nunca terminamos de crecer si no renunciamos a ello. Ni el Camino se termina, ni el Camino nos termina. Justo en lo que tememos como el punto y final, descubrimos que todo vuelve a empezar- Igual pero distinto, seguro, porque nosotros ya somos distintos.