La seguridad frente a libertad y el dilema de los tiempos modernos se manifiesta con mayor claridad cuando hablamos de un Camino en femenino.
Cada vez son más las mujeres que acuden al Camino con valentía para probar sus límites, identificar y potenciar sus fortalezas y trabajar sus puntos débiles.
El potencial del Camino para el desarrollo personal y profesional femenino es bien sabido para entidades como Fundación Koine-Aequalitas quién ha puesto en marcha, ya en su tercera edición, el proyectos “Mujeres en Camino”, un programa de mentoría que aprovecha las oportunidades que brinda el Camino para acompañar e impulsar el empoderamiento femenino.
Bajo la denominación ‘No Caminas Sola, Camino de Santiago libre de violencias machistas’ las distintas administraciones y las fuerzas y cuerpos policiales que se reparten el Camino Francés, han unido esfuerzos para coordinar la segunda edición de una campaña de seguridad específica para las peregrinas que quieren caminar a Santiago y quieren hacerlo solas. El objetivo de esta campaña es facilitar la información de los recursos físicos y telemáticos puestos a disposición de las peregrinas para velar por su integridad y garantizar su libertad. Pero más allá de esto, con esta campaña se les ayuda a espantar el miedo: ese arma con la que, de manera tradicional se ha procurado someter a la mujer.
Desde luego no es el momento de discutir sobre la seguridad en el Camino, ni sobre algunos mensajes que pueden generar preocupación, cuando no alarma entre las mujeres que quieren hacerlo solas. Pero conviene recordar que la ‘peregrina’ no es un fenómeno nuevo. Conviene recordar que desde la noche de los tiempos hubo infinidad de mujeres, unas ilustres y con séquito, otras sencillas y anónimas, que recorrieron el Camino de Santiago. Y conviene recordar que entonces el Camino podía ser un lugar realmente peligroso: hubo un tiempo en el que se mataba simplemente para conseguir la credencial que llevaba el peregrino o peregrina (y con ella los infinitos recursos y beneficios que reportaba a quien la portara). Así que, si era peligroso para cualquiera, lo era especialmente para ellas, sujetas a esa violencia de sometimiento secular. Y basta esa historia del terror machista y la voluntad de erradicarlo, para justificar plenamente una campaña de estas características.
Pero dicho esto, también tenemos que subrayar – como sostiene Cristina Segura Graiño en su artículo ‘En la edad media las mujeres también hicieron el Camino de Santiago’, publicado en la revista Arenal, que el Camino de Santiago ha sido -también desde siempre- un espacio de libertad para las mujeres. Un territorio donde podían alejarse de la tutela de padres posesivos, de esposos forzosos, de hermanos controladores o incluso de la amenaza del ingreso no querido en un convento. Y además, peregrinar les brindaba la posibilidad de hacerlo con todas las bendiciones: bajo el palio perfectamente respetable de un viaje piadoso, un Camino de fe, y de crecimiento espiritual. Fue, en definitiva, una puerta de escape de una vida vigilada a otra peligrosa, sin duda, pero menos regulada y -si se permite la expresión- ‘con la bendición apostólica de su santidad’.
Visto así, el Camino ofrecía -y ofrece- un espacio de empoderamiento femenino. Un espacio que -en este sentido- sigue generando historias muy llamativas, como la que relataba hace unos días, un hospitalero del Camino Frances por Navarra. Contaba que había acogido en su albergue a una niña de apenas 12 años y su abuela de más de 70. Las dos eran de china. La niña habla un castellano perfecto y tenía permiso de residencia español mientras que la abuela sólo habla chino. Nuestro amigo las observó el tiempo que estuvieron allí: la abuela cocino para las dos y mientras lo hacía le hablaba en chino y le explicaba lo que iba haciendo a cada paso. En otro momento la invitó a leer y la niña estuvo leyendo un libro en chino durante un buen rato. Finalmente, ambas hicieron unas tablas de algo que podía ser yoga en el jardín del albergue. Juntas, sí. Pero la abuela iba corrigiendo dulcemente las posturas de la nieta. Para mi amigo era evidente que estaba ante una suerte de viaje iniciático en el que la más joven iba recibiendo los consejos y sabiduría de la mayor.
Así viven el Camino algunas mujeres. Y esta historia es un buen ejemplo de cómo ellas lo están sabiendo aprovechar, convertido en el laboratorio donde se prueban buscando sus fortalezas, trabajando sus debilidades, trazando alianzas entre ellas, explorando sus límites físicos, psíquicos y espirituales. Un espacio, en definitiva, ideal para desplegar su potencial.
Incluso hay quien da un paso más allá y aprovecha este espacio para “impulsar el progreso y la promoción de las mujeres en un escenario que, sin duda, otorga una notable visibilidad a las protagonistas” así lo recoge Fundación Koine Aequalias, en su apartado web
Su proyecto “Mujeres en camino” una experiencia que consiste en un mentoring entre mujeres en el entorno metafórico y también físico del Camino. En síntesis, lo que hacen es unir a dos mujeres, una mentora y una mentorada, y procurar que la ruta jacobea se convierta en ese espacio de “encuentro e inspiración” en el que la mentora -una mujer directiva, que ha alcanzado puestos de responsabilidad desde los que ha accedido a “espacios de reconocimiento y visibilidad social”- ayuda a la mentorada “a superar las barreras existentes para el cumplimiento de sus objetivos de desarrollo”. En la actualidad esta experiencia marcha ya por su tercera edición. Tanto la primera como la segunda edición han sido exitosas, contando con la participación de 30 parejas, mujeres, de distintos sectores laborales que ya, sobre el terreno, están experimentando la inspiración de la ruta jacobea.
En definitiva, al igual que en cualquier otro espacio social, el Camino reúne sus luces y sombras para una mujer que quiera realizarlo y quiera hacerlo sola o acompañada.