Erase una vez, un camino diverso…

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Cuando marchan hacia Santiago, las personas colaboran, se ayudan, caminan juntas y rara, muy rara vez, se excluyen, se censuran o se marginan por un prejuicio previo.

Preguntar y conocerse forma parte de la esencia del peregrinar, pero a nadie le extraña tampoco que una persona prefiera no contestar a según que cuestiones.

La acogida entendida como la aceptación incondicional del otro, forma parte medular de la propia filosofía del Camino.

Pregunta: ¿Qué hacen juntos un portugués, un coreano, una australiana, un húngaro y un español?… Respuesta: El Camino de Santiago. Como decía un veterano peregrino un día, bajando desde la Cruz de Ferro a Ponferrada, “muchas veces el Camino parece un chiste de esos de va un inglés, un francés y un español… solo que aquí no nos matamos por demostrar que país es el más guay”. Y lo cierto es que, sin llegar a ser una definición, puede que ésta sea una de las descripciones más sencillas y certeras del Camino de Santiago: grupos de personas, de procedencias distintas, de sensibilidades, religiones y espiritualidades diversas, de lenguas extrañas entre sí… Pero grupos de personas que caminan juntas, colaboran, se ayudan y rara vez, muy rara vez, se excluyen, se censuran, se marginan por algún prejuicio o etiqueta previa al propio camino.

En un año atípico como este 2021, con la Covid castigando todavía y limitando muchos movimientos, la Xunta de Galicia espera que 140.000 peregrinos lleguen a Santiago, por cualquiera de sus caminos reconocidos, antes de que termine el año. Y será al llegar a la ‘oficina del peregrino’, si quieren la Compostela, cuando deberán contestar a la pregunta sobre la motivación por la que han hecho su camino. Y podrán mentir perfectamente porque nadie va a poner en duda su respuesta, pero esta será la única vez en la que deban rendir cuentas de algo. Incluso, si el peregrino o peregrina es de ese 30 por ciento de caminantes que no desean este certificado, es más que probable que haya cubierto la peregrinación sin que haya tenido que dar explicaciones por su sentimiento nacional, su identidad, su condición sexual, sus creencias religiosas o sensibilidades espirituales.

Y no es que no interesen estas cuestiones: al contrario, están en la esencia de cualquier conversación peregrina en la que conocer al otro es la materia central de la charla. Por eso, a menudo la persona que realiza el Camino será interpelada por su origen, por las razones por las que hace la ruta a Compostela, por su situación sentimental y familiar… Pero sin que estas preguntas tengan más trasfondo que el de conocer a la persona con la que caminamos. No etiquetarla, no reducirla, no fosilizarla. Nadie se extraña tampoco si el otro prefiere no contestar a alguna de estas cuestiones porque, como se dice en el Camino “cada cual sabe lo que lleva en la mochila y donde le aprietan las botas.

¿De qué valores estamos hablando? Es cierto que teniendo en cuenta que cada peregrino es de su madre y de su padre, podríamos hacer una lista interminable de ‘valores’ con minúscula, de las razones y bondades que cada persona encuentra al hacer su Camino. Pero también es muy probable que podamos acabar agrupando todas esas razones en lo que en el portal web Gronze (especializado en el fenómeno del Camino de Santiago, contado por peregrinos y para los peregrinos) han definido como valores troncales del camino: valores “que los peregrinos suelen percibir y, con suerte, asumir y practicar en el Camino de Santiago” y que resumiendo en una enumeración sucinta, podrían ser el espíritu de sacrificio y superación; la austeridad, la humildad, la hospitalidad, el saber compartir, la solidaridad, el respeto a los demás, la empatía, la tolerancia.

Bien puede confirmarlo Jaume Alemany, capellán de la prisión de Palma de Mallorca, desde donde de manera periódica organiza peregrinaciones con reclusos a los que el Camino les brinda la oportunidad de vivir en el más completo anonimato, sin ser juzgados, sin ser rechazados. Una experiencia en la que, como ha relatado Alemany, “les gusta pasar inadvertidos” aunque al llegar a Santiago se puede producir más de una sorpresa cuando en la Misa del Peregrino, se sientan “en los primeros bancos y el deán habla con ellos” frente a otros tantos peregrinos con los que han compartido días de Camino y albergues sin generar recelo alguno.

Ana, nombre figurado de una Hospitalera Voluntaria con muchos años de experiencia que prefiere mantener el anonimato lo destaca, también, desde el punto de vista de la acogida: “Difícilmente vamos a encontrar otro espacio en el mundo tan diverso y al tiempo tan inclusivo y respetuoso con las personas como es el Camino; y eso que aquí todo ocurre a la vista de todo el mundo. Sin rincones ni escondites”.

Y es que con toda probabilidad esta manera de entender la convivencia es intrínseca a un camino que, tal y como explica José Tono Martinez, en su libro ‘El anillo de Giges, las peregrinaciones heterodoxas por Santiago’, fue siempre “foco de desorden, herejía, superstición, intercambio libre de ideas, de arte, de música, en definitiva, un foco de subversión”. Siguiendo la reflexión que nos propone Tono, “Podemos pensar o postular una psicología común del peregrino, diferente respecto del cristiano sedentario que no peregrina. Pue este, en su deambular como electrón libre por unos meses o años, se situaba al margen de su espacio de vida regular, controlado por la tradición, y vigilada por sacerdotes y señores feudales, y por ese mismo lapso, tenía todo el del camino para pensar, para intercambiar ideas con otros electrones libres y para reflexionar sobre todo ello, y el fruto de esas reflexiones no siempre era el deseado por aquellos que había dejado en su pueblo”.

Esa impronta de libertad no reglada, no tasada y, sobre todo, esa libertad aceptada como bondadosa y deseable por los poderes establecidos, debió de suponer no sólo un atractivo esencial para que más de un alma poco convencional decidiera ponerse en el Camino, sino razón necesaria y suficiente para hacer de este un lugar de encuentro donde nadie es extraño, nadie es diferente y todas las personas son ante todo eso: personas. Y es muy probable que de esos mismos mimbres, se nutran las peregrinaciones actuales donde la idea de acogida -como aceptación incondicional del otro- es tan medular como la tradicional concha o la flecha amarilla.

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