El ‘efecto Camino’: cuando se hace equipo al andar.

Peregrinos y peregrinas, perfectos extraños antes de iniciar el Camino, engrasan relaciones de cooperación y asistencia como si se tratara de una verdadera familia.

El Camino testa las relaciones, las somete a prueba y criba la posición ‘natural’ que cada persona ocupa dentro de un grupo.

Los valores que permiten a una familia mantenerse unida son los mismos que permitirán a un equipo de trabajo lograr la meta deseada de una manera eficaz.

El relato lo hacía un hospitalero hace apenas unos días. Ocurría en un albergue del Camino Francés a su paso por Navarra. Avanza el otoño, la jornada ha sido desapacible: hemos tenido viento y bastante lluvia. Son más de las nueve de la noche. Hace una hora larga que está cerrada la recepción de peregrinos cuando desde una ventana ve llegar a cuatro caminantes visiblemente agotados. Caminan despacio, uno de ellos ligeramente adelantado mientras que otros dos caminan agrupados alrededor del cuarto que parece caminar con notable dificultad.

Ahí va el hospitalero a la calle a recibirlos y a interesarse por lo que les ocurre: hoy han tenido que realizar más de 30 kilómetros. Cosas del Camino post-Covid: habían confiado en parar en un albergue pero cuando llegaron a él lo encontraron cerrado por pandemia.

Los caminantes son dos mujeres -Irina de Rumanía, y Llian Ya de Taiwan- y dos hombres: un español, David, y el japonés Hirosato. Vienen muy lentos porque Llian sufre ampollas en las plantas de los pies. Camina apoyada en un palo con el que ha improvisado un bordón para su Camino y marcha agarrada del brazo de David. Irina, atenta también a sus necesidades, camina a su lado. Hirosato, el más fuerte del grupo, es el que marcha ligeramente por delante. Carga su propia mochila y la de la joven de Taiwan.

Hace apenas unos días, cuando salían de Saint Jean Pied de Port no se conocían de nada. Posiblemente hace unos meses habrían pasado unos al lado de los otros sin prestarse la más mínima atención. Hoy, sin embargo, no se abandonan en la adversidad. Se apoyan y ayudan. Se esperan y, ya en el albergue, se organizan para que los que están peor puedan descansar mientras los otros organizan la cena y preparan la etapa del día siguiente. ¿Qué es lo que ha pasado? Sencillamente que el Camino ha forjado con ellos una ‘familia’. Un fenómeno que reconocen todos los peregrinos y peregrinas que han recorrido la ruta jacobea y que es consecuencia de los famosos ‘valores’ que el Camino imprime, impregna, empapa.

¿De qué valores estamos hablando? Es cierto que teniendo en cuenta que cada peregrino es de su madre y de su padre, podríamos hacer una lista interminable de ‘valores’ con minúscula, de las razones y bondades que cada persona encuentra al hacer su Camino. Pero también es muy probable que podamos acabar agrupando todas esas razones en lo que en el portal web Gronze (especializado en el fenómeno del Camino de Santiago, contado por peregrinos y para los peregrinos) han definido como valores troncales del camino: valores “que los peregrinos suelen percibir y, con suerte, asumir y practicar en el Camino de Santiago” y que resumiendo en una enumeración sucinta, podrían ser el espíritu de sacrificio y superación; la austeridad, la humildad, la hospitalidad, el saber compartir, la solidaridad, el respeto a los demás, la empatía, la tolerancia.

Si observamos uno por uno cada uno de estos valores, casi seguro que coincidimos en afirmar que no nos importaría vivir rodeados de personas capaces de llevarlos a la práctica en su comportamiento habitual, en su vida ordinaria, porque simplemente son valores que parecen buenos, valores atractivos, y seguro que coincidimos en pensar que nos gustaría reconocernos en ellos.

Probablemente en otras experiencias y con otros retos también se pueda ‘engrasar’ a un grupo de perfectos desconocidos hasta conseguir que parezcan una verdadera familia. Pero lo que nadie puede discutir es que El Camino, con un objetivo a largo plazo, con sus objetivos a medio plazo y con sus pequeños retos cotidianos, es un banco de prueba ideal para formar estos equipos en los que colaborar sea la forma más cabal de competir. En los que lograr el objetivo común es la manera más eficiente de llegar a cumplir las propias aspiraciones. En el que cada pieza de la ‘familia’ va encajando hasta aportar su mejor versión, sus mejores habilidades, sus mejores cualidades, a la cesta común.

Es cierto que en las 24 horas de convivencia permanente van a aflorar las debilidades de cada miembro del grupo: no podrán ocultar sus falsedades, sus flaquezas, las incongruencias entre lo que dice y lo que hace, lo que piensa y lo que vive… Pero también aparecerán sus verdaderas fortalezas, aquellas cosas en las que esta persona destaca sobremanera. El verdadero valor que la convierte en alguien imprescindible en un proyecto o en un grupo.

Es un test que se vive de manera tan intensa, que se podrá ver como cada miembro del grupo afronta las amenazas que puedan surgir: dónde estará el egoísta dispuesto a saltar en cualquier momento, dónde el que es capaz de echarse al hombro la mochila del compañero, dónde estará quien pueda organizar y liderar al grupo para afrontar cada nuevo reto. Se verá quién va a aprovechar cada nueva oportunidad para mejorar, perfeccionarse y quién se va a especializar en desaprovecharlas, dejarlas pasar, quedarse como está sin pena ni gloria.

Así que, si volvemos a mirar con detenimiento la escena de los cuatro peregrinos avanzando solidariamente en aquella noche de otoño, aquel cuadro de lo que el Camino es capaz de hacer en apenas unos días con cuatro perfectos desconocidos que poco antes y por casualidad, habían iniciado juntos la aventura del Camino de Santiago, podremos imaginar también lo que es capaz de hacer con un grupo sometido a este estrés de manera consciente.

Este mismo ‘efecto Camino’ podría estar forjando las relaciones básicas de un equipo de ventas, podría servir para decantar quién debe gestionar un grupo o cómo se va a distribuir la responsabilidad de un proyecto. El ‘efecto Camino’ puede fortalecer un liderazgo, encauzar una ambición legítima, clarificar cadenas de mando, fomentar el espíritu de colaboración entre personas trabajadoras o cambiar las dinámicas de un grupo viciado. Y puede hacerlo, además, de una manera natural, sin forzar las situaciones, con la sencilla receta de ‘se hace equipo al andar’. Con la sencilla fórmula de levantarse cada día para cubrir una nueva etapa, vencer los obstáculos de la jornada y acabar más cerca del objetivo que nos hemos trazado consiguiéndolo y celebrándolo conjuntamente.

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