La luz que no se apaga

Las mochilas de la luz han sido una manera de recordar que no somos lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa.

 Las mochilas, nacidas para sanarnos del daño brutal que nos está ocasionando el Covid19, reflejan los valores intrínsecos al Camino de Santiago.

El pasado 24 de julio, la víspera de la fiesta del Apóstol, entraban en la Catedral de Santiago dos mochilas. Debían de ser dos mochilas muy especiales ya que hace años que por motivos de seguridad no dejan entrar mochilas en la Seo compostelana, y porque a estas dos mochilas no sólo les abrieron paso franco, sino que además las ‘sentaron’ en lugar de honor durante una misa del peregrino

¿Que tenían de especial estas mochilas? Habían venido de lejos; una de Roncesvalles y la otra desde Oporto. Se habían puesto en marcha durante los meses de confinamiento y habían sido llevadas a hombros por infinidad de peregrinos y peregrinas que las habían portado por relevos hasta las puertas de la Catedral de Santiago… Y es que esas mochilas tan especiales eran las dos mochilas vivas, luminosas, con las que el Camino quería rendir homenaje y recuerdo a las víctimas del Covid19, y querían hacerlo, en coherencia con su esencia, con el espíritu de las peregrinaciones como pauta de la marcha: resistencia, resiliencia, apoyo, solidaridad, cooperación en lugar de competición… Así se logra la meta.

La idea tan singular partió de un veterano peregrino: Jesús Ciordia y en ella, quizás de manera inconsciente, supo plasmar mucho de lo que este Camino de las Estrellas enseña a quien tiene la paciencia y el gusto de escucharlo en las etapas que llevan hasta la ciudad del apóstol. Para el padre de la criatura, la ‘tontuna’ como le dio en llamarla, era una válvula de escape a la brutal presión a la que nos está sometiendo la guerra contra el Covid19: el confinamiento, la soledad, el miedo y la incertidumbre… las despedidas a ciegas, rápidas, sin duelo… los abrazos cancelados, los besos a distancia… El tiempo detenido para no hacer nada, atenazando cada uno de nuestros impulsos “no vaya a ser qué”. Todo eso que a cualquiera nos está volviendo locos, a Jesús Ciordia le supuso un estímulo, un acicate para saltar de la ratonera y buscar la forma de convertir la adversidad en oportunidad; de no ser lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa. “Si nosotros no podemos llegar a Santiago -dice que pensó- si podemos entre todos llevar a Santiago una mochila con una luz encendida; la Luz de la esperanza, la luz que recuerde tantas y tantas luces que se han apagado estos meses de confinamiento”. Así nació ‘La Luz del Camino’, un proyecto que recuerda la Luz con mayúsculas que siempre ha estado asociada al Camino de las Estrellas.

Bastó un empujoncito al principio y (como los Beatles) la ayuda de sus amigos, para que el sueño se pusiera en marcha: el 19 de junio era enviada la ‘Mochila de la Luz’ desde Roncesvalles y salía de la Colegiata como manda la tradición: con la bendición del peregrino. Pero ya desde el principio, desde sus primeros pasos, se vio que la ‘Tontuna’ ya no era una sencilla iniciativa. La ‘Tontuna’ había calado hondo entre las gentes del Camino que la habían hecho suya, la habían entendido y la llenaban de contenido: sin apenas publicidad, con el reclamo casi exclusivo de las redes sociales, la Mochila de la Luz no salió sola. Ya en aquella primera etapa una docena de peregrinos y peregrinas se dieron cita de manera silente en la Colegiata de Roncesvalles para marchar con ella, llevarla si se podía, unos metros y rendir así su homenaje a las víctimas de la pandemia, despedirse de sus seres queridos, sanar de tanto dolor y de tanta brutalidad callada.

La historia se repetiría una y otra vez, día tras día, a lo largo de toda la peregrinación. A los portadores/as ‘oficiales’ que se habían apuntado en una lista para facilitar la intendencia, se le fueron sumando infinidad de portadores espontáneos que habían hecho suya la iniciativa y querían contribuir a esta bonita historia.

Y así, de hombro en hombro, de día en día, la Mochila ha ido creciendo en contenido y profundidad. En ella los peregrinos cargaron sus oraciones, peticiones, reflexiones. En ella colgaron los símbolos de sus alegrías y de sus dolores, las marcas del sufrimiento y los gestos de la esperanza para, paso a paso, construir un magnífico relato de lo que es caminar a Santiago de Compostela.

No todas las heridas se habrán cerrado, no todas las despedidas habrán sido posibles. No se habrá conjurado todo el miedo… Pero esta mochila nacida para sanarnos, con su tímida luz y la colaboración de cientos de peregrinos/as y hospitaleros/as que han prestado sus pies y sus hombros para llevarla a Santiago de Compostela, ha servido para espantar las tinieblas y dejarnos ver un futuro en el que todo es posible, incluso un final feliz.

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